
El cuento de Juanito ratón de ciudad
by Beatrix Potter
Ages 4+
Juanito ratón de ciudad nació en un armario. Guillermito nació en un jardín. Guillermito era un ratoncito de campo que fue a la ciudad por error en una cesta. Una vez a la semana, el jardinero enviaba verduras a la ciudad en un gran cesto.
El jardinero dejó la cesta junto a la puerta del jardín, para que el transportista pudiera recogerla al pasar. Guillermito se coló por un agujero en la mimbrera y, después de comer unos guisantes, se quedó profundamente dormido.
Se despertó sobresaltado mientras subían la cesta al carro del transportista. Entonces se oyó un traqueteo y el repiqueteo de las patas de los caballos; otros paquetes fueron arrojados dentro; durante millas y millas. ¡Sacudida, sacudida, sacudida! Y Guillermito temblaba entre las verduras revueltas.
Por fin, el carro se detuvo ante una casa, de donde sacaron la cesta, la introdujeron y la depositaron en el suelo. La cocinera dio seis peniques al portador, la puerta trasera se cerró y el carro se alejó. Pero no había tranquilidad. Parecían pasar cientos de carros. Los perros ladraban, los chicos silbaban en la calle, la cocinera reía, la criada corría arriba y abajo y un canario cantaba como una máquina de vapor.
Guillermito, que había vivido toda su vida en un huerto, estaba casi muerto de miedo. Enseguida la cocinera abrió la cesta y empezó a sacar las verduras. El aterrorizado Guillermito saltó afuera.
La cocinera se subió a una silla y exclamó: —¡Un ratón! ¡Un ratón! ¡Llama al gato! Tráeme el atizador, Sara—. Guillermito no esperó a Sara con el atizador; corrió por el rodapié hasta que llegó a un pequeño agujero y se metió dentro.
Cayó medio pie y se estrelló en medio de una cena de ratones, rompiendo tres vasos. —¿Quién demonios es éste? —preguntó el ratón Juanito. Pero tras la primera exclamación de sorpresa, recuperó sus modales al instante.
Con la mayor cortesía, presentó a Guillermito a otros nueve ratones, todos con largas colas y corbatas blancas. La cola de Guillermito era insignificante. El ratón Juanito y sus amigos se fijaron en ella, pero eran demasiado educados para hacer comentarios personales; sólo uno de ellos preguntó a Guillermito si había estado alguna vez en una trampa.
La cena constaba de ocho platos; de todo un poco, pero verdaderamente elegante. Todos los platos eran desconocidos para Guillermito, quien habría tenido un poco de miedo de probarlos; pero tenía mucha hambre y estaba muy ansioso por comportarse como corresponde. El continuo ruido en el piso de arriba le puso tan nervioso, que se le cayó un plato. —No importa, no son nuestros —dijo Juanito.
—¿Por qué no vuelven esos jóvenes con el postre?
Habría que explicar que dos ratoncitos, que atendían a los demás, subían a la cocina peleándose entre plato y plato. Varias veces habían entrado dando tumbos, chillando y riendo; Guillermito se enteró con horror de que el gato los perseguía. Se le fue el apetito y se sintió débil.
—¿Probar un poco de mermelada? —dijo Juanito ratón de ciudad.
—¿No? ¿Prefieres ir a la cama? Te enseñaré una almohada de sofá de lo más cómoda.
La almohada del sofá tenía un agujero. Juanito ratón de ciudad la recomendaba sinceramente como la mejor cama, reservada exclusivamente para las visitas. Pero el sofá olía a gato. Guillermito prefería pasar una noche miserable bajo el guardabarros.
Al día siguiente ocurrió lo mismo. Se sirvió un excelente desayuno para ratones acostumbrados a comer tocino, pero Guillermito se había criado a base de raíces y ensalada. El ratón Juanito y sus amigos se alborotaban bajo el suelo y salieron por toda la casa por la noche. Un estruendo particularmente fuerte lo había causado Sara al bajar las escaleras con la bandeja del té; había migas y azúcar y manchas de mermelada que recoger, a pesar del gato.
Guillermito anhelaba estar en casa, en su tranquilo nido en un banco soleado. La comida le sentaba mal; el ruido le impedía dormir. En pocos días adelgazó tanto que Juanito ratón de ciudad lo notó y le preguntó. Escuchó la historia de Guillermito y le preguntó por el jardín.
—¿Parece un lugar bastante aburrido? ¿Qué haces cuando llueve?
—Cuando llueve, me siento en mi pequeña madriguera arenosa y desgrano maíz y semillas de mi almacén de otoño. Me asomo a ver a los tordos y a los mirlos en el césped, y a mi amigo el gallo petirrojo. Y cuando vuelve a salir el sol, deberías ver mi jardín y las flores —rosas y claveles y pensamientos—, sin más ruido que el de los pájaros y las abejas, y los corderos en los prados.
—¡Ahí va otra vez ese gato! —exclamó Juanito ratón de ciudad. Cuando se hubieron refugiado en la carbonera, reanudó la conversación: —Confieso que estoy un poco decepcionado; nos hemos esforzado por entretenerte, Guillermito.
—Oh, sí, sí, ha sido usted muy amable, pero me encuentro muy mal —dijo Guillermito.
—Puede ser que tus dientes y tu digestión no estén acostumbrados a nuestra comida; tal vez sería más prudente que volvieras en la cesta.
—¡Oh! ¡Oh! —gritó Guillermito.
—Por supuesto que podíamos haberte enviado de vuelta la semana pasada —dijo Juanito un poco malhumorado—, ¿no sabías que la cesta se devuelve vacía los sábados?
Así que Guillermito se despidió de sus nuevos amigos y se escondió en la cesta con una migaja de pastel y una hoja de col marchita; y después de muchos sobresaltos, se instaló sano y salvo en su propio jardín.
A veces, los sábados, iba a mirar la cesta que había junto a la puerta, pero sabía que no debía volver a entrar. Y nadie salía, aunque Juanito ratón de ciudad le había prometido a medias una visita.
Pasó el invierno y volvió a salir el sol. Guillermito estaba sentado junto a su madriguera calentando su abriguito de piel y aspirando el olor de las violetas y la hierba primaveral. Casi había olvidado su visita a la ciudad. Cuando por el sendero arenoso, todo acicalado y con una bolsa de cuero marrón, llegó el ratón Juanito.
Guillermito lo recibió con los brazos abiertos. —Has venido en el mejor momento del año, comeremos pudin de hierbas y nos sentaremos al sol.
—¡Hum! está un poco húmedo —dijo Juanito ratón de ciudad, que llevaba la cola bajo el brazo, fuera del barro.
—¿Qué es ese ruido espantoso? —preguntó violentamente.
—¿Eso? —dijo Guillermito—, es sólo una vaca. Le pediré un poco de leche, son bastante inofensivas, a menos que se te echen encima. ¿Cómo están todos nuestros amigos?
El relato de Juanito fue más bien regular. Explicó el motivo de su visita tan al principio de la temporada. La familia había ido a pasar las Pascuas a la orilla del mar. La cocinera estaba haciendo limpieza de primavera con instrucciones particulares de eliminar a los ratones. Había cuatro gatitos y el gato había matado al canario.
—Dicen que lo hicimos nosotros, pero yo sé que no fue así —dijo Juanito ratón de ciudad—. ¿Qué es ese ruido espantoso?
—Eso es sólo la cortadora de césped; enseguida traeré algunos trozos de hierba para hacer tu cama. Estoy seguro de que es mejor que te instales en el campo, Juanito.
—Hum, ya lo veremos el martes de la semana que viene. El cesto está parado mientras están en la playa.
—Estoy seguro de que nunca querrás volver a vivir en la ciudad —dijo Guillermito.
Pero lo hizo. Regresó en la siguiente cesta de verduras. ¡Dijo que estaba demasiado tranquilo!
Un lugar le va bien a una persona, otro le va bien a otra. Por mi parte, prefiero vivir en el campo, como Guillermito.